¿Quién ha leído a Julio Verne? Sus obras son universalmente conocidas, muchos de sus títulos han llegado a formar parte del lenguaje cotidiano como si de frases hechas se tratara, miles han sido las versiones y adaptaciones que se han hecho a través de los canales más sorprendentes pero... ¿se lee a Julio Verne? Sus libros son citados, versionados, evocados pero... ¿leemos a Julio Verne? Condenado a las clasificaciones reduccionistas, a veces ha sido presentado como un precursor de la ciencia-ficción provocando con ello que los desinteresados en este género no se acerquen a su obra y los entusiastas del mismo lo consideren un autor de interés arqueológico. Otras ha sido presentado como un autor de literatura juvenil consiguiéndose así que no lo leyesen ni los adultos ni los jóvenes, pues los primeros lo consideraban inapropiado a su madurez y los segundos demasiado ajeno a su presente. Cuando se le calificaba como entusiasta de la ciencia obtenía el rechazo de los científicos, que lo consideraban un soñador, y de miles de lectores contemporáneos que ya desconfiaban de una visión ingenua del cientifismo. Como si de una extraña conjura se tratase Verne ha sido castigado al más cruel de los castigos: ser perennemente recordado para pocas veces ser leído. ¿Qué tiene Verne para recibir esta condena? En definitiva, ¿qué escribió Julio Verne?
Una actitud
En las novelas de Verne un universo multiforme y apasionante se muestra ante nuestros ojos. Se nos habla del mundo, la vida, la ciencia... pero, más allá de evidencias, detalles científicos y curiosidades, sobre todo hay una actitud, una manera de enfrentarse a ese mundo, a esa vida y a esa ciencia. Cuando nos preguntamos por qué Verne es eterno y universal e intentamos indagar a partir de los clichés y las etiquetas que lo han empequeñecido no encontramos respuestas. Ni hoy nos parece un autor juvenil, ni sus novelas son auténticas obras de anticipación. Para entender a Verne hay que sumergirse en sus libros y descubrir que aquello que unifica su corpus narrativo no es ni el género de aventuras, ni la voluntad didáctica ni la fascinación ante la ciencia -fácilmente encontraríamos una docena de novelas distintas que desmentirían cada una de las categorías anteriores-.
Lo que da unidad a toda su narrativa es la actitud del novelista y de sus personajes; el mundo de todos ellos es, aparentemente, un mundo pleno, satisfactorio y feliz. Son seres de raza blanca, varones y burgueses en un momento en que aquél que no goza de estos tres atributos –y hablamos de la mayoría de la población del planeta, las mujeres, los individuos de otras razas y los proletarios y campesinos - se ven sometidos a la casta que gobierna el mundo. Y a pesar de ello, a pesar de dominar el mundo... todos ellos quieren ir más allá. La realidad que rodea al novelista y a sus personajes les parece incompleta, asfixiante incluso. En la cima del mundo o hacia las entrañas de la tierra y de los mares, sus héroes siempre querrán ir más lejos. El mismo Verne va a ir más allá, escribiendo desmesuradamente, con capacidad desbordante, publicando después de su muerte y siendo leído trascendiendo los límites de su espacio y de su tiempo.
Un límite
El enemigo es el límite. ¿Hasta dónde podemos llegar? ¿A partir de cuándo hemos de detener nuestros pasos y nuestras miradas? El siglo XIX marcó su particular frontera de lo posible: el centro de la Tierra no existía, al Polo Norte nunca se podría llegar, jamás podríamos ir más allá de la atmósfera... Hoy, en nuestra época, también se nos marca la frontera de lo posible; la paz es una quimera, la pobreza es necesaria, las guerras son inevitables... En Verne hay una actitud ante esos límites: hay que enfrentarse a ellos, intentar superarlos aunque en ese empeño, a veces desmesurado, perdamos nuestras aparentes seguridades.
Los héroes de Verne nos enseñan que los límites existen para enfrentarse a ellos. La recompensa no es el éxito y quizás por eso las novelas de Verne están repletas de fracasos –Phileas Fogg no da la vuelta al mundo en ochenta días, Liddenbrock no llega al centro de la tierra, nadie podrá finalmente pisar la Luna...- y de personajes que viven al margen la sociedad –Nemo, Robur- o de la cordura –Liddenbrock, Hatteras-. Lo importante no es si consiguen sus objetivos o no, lo decisivo es que nos enseñan que vale la pena luchar, apostar por la vida e ir más allá de los límites.
Un viaje
Julio Verne agrupó todas sus inmortales novelas bajo el epígrafe de Viajes Extraordinarios ¿Qué es lo extraordinario? Lo extra, etimológicamente, es lo que sale fuera de sí, un prefijo que arrastra más allá al concepto al que acompaña. Lo extraordinario es, por definición, lo ajeno, aquello que no está en nuestro mundo, en nuestra realidad cotidiana. Viajes Extraordinarios es pues casi una tautología, porque lo extraordinario es lo que sale de sí, de lo normal, y eso debe ser un viaje. Lo extraordinario es el cielo, el espacio, lo que no vemos con nuestros ojos pero sabemos que está allí, el fondo del mar, el mundo subterráneo, lo lejano, lo exótico, lo incomprensible.
El viaje nace de la certeza de que hay otras realidades y de que es necesario conocerlas. El viaje nos lleva más allá de nuestra identidad y sólo puede emprenderse con la actitud de aquél que quiere transgredir los límites. En Verne siempre hay una actitud, un límite y un viaje, un viaje a los límites conocidos, a los límites de la civilización, a los límites que indican los mapas, a los límites de la cordura. Actitud, límite y viaje son los tres conceptos que forman un extraño y enigmático triángulo en cuyo interior se inscribe la narrativa de Julio Verne.